viernes, 30 de octubre de 2015

Carta a un amor dormido

Llevo quince minutos contemplándote dormir y me da mucha pena despertarte.

Me tengo que ir.
Me tengo que ir
porque necesito que sepas
cuánto te quiero,
que soy capaz de dejarlo todo y volver
solo si tú me lo pides.


Llevo quince minutos admirando
el suave balanceo de tu pecho,
tus ojos tan dulcemente cerrados,
tu cuerpo casi tan relajado como el mío cuando duerme sobre tus manos,
tus manos,
tus piernas,
tu pelo.


Llevo quince minutos triste porque no me abrazas.

Llevo quince minutos feliz porque sé que estoy viviendo un sueño,
aunque seas tú el que duerme.


Llevo quince minutos contemplándote dormir porque no quiero marcharme todavía.

Pero me tengo que ir.

Pero te quiero.

(No olvides pedirme que vuelva).

miércoles, 28 de octubre de 2015

Me duelen las flores

Me duelen las flores
que no he olido contigo,
los libros que no me has recomendado,
los paseos en los que no me has cogido de la mano.

Me duelen los trenes
que regresan
y no te traen de vuelta,
las estaciones que no vimos pasar juntos,
la vida que sigue sin encontrarte.

Me duelen los abrazos
que no te he dado,
estos labios que ya no recuerdan
el sabor de los tuyos,
la brisa que nos despeina por separado.

Y me duele
mucho
mucho
mucho
este corazón
que me has devuelto
intacto.

domingo, 25 de octubre de 2015

viernes, 23 de octubre de 2015

Quien lo encuentra se lo queda

Pillo las indirectas, pero no las devuelvo.

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¿Habrá vida después de tu muerte?


He vuelto a fumar como el marido que mira de reojo el armario mientras le pregunta a su mujer por qué ha llegado tan pronto, como una prostituta que espera tener suficiente dinero como para no tener que ir a trabajar también esa noche, como el adolescente que se encuentra un paquete de tabaco tirado en el parque, como la que ve venir de lejos su autobús.

He vuelto a fumar en el baño, en la mesa y en la cama. El cigarro de después de llorar; el cigarro de después de escribir; el cigarro de después de convertirme en polvo y desaparecer junto con todo lo que he perdido alguna vez y mi madre no ha encontrado.

No me gusta hacerme daño por si parece que estoy pidiendo ayuda y vienes a salvarme solo por cortesía y no porque quieras de verdad; pero a veces me hago daño y grito y lloro y rompo y exploto en tantas piezas que es imposible montar el juguete incluso siguiendo las instrucciones.

La caja de herramientas ya no contiene los besos que hacen falta para soldarme estos huesos de pájaro en mano que ya no quiere volar. Ni las caricias que colocan en su sitio uno a uno todos los órganos de mi cuerpo de muñeca de trapo que ya no quiere jugar. Ni los abrazos capaces de pegar las alas de todas las mariposas que han muerto desde que te fuiste. Y porque te fuiste tampoco existen las avispas, los escorpiones o las arañas que venían a mi boca cada vez que te besaba y no eras tú.

Te he estado buscando en todos los chicos que cogen el tren en la misma estación en la que nos cogíamos nosotros de la mano. He buscado tu sonrisa en verano, el sonido de tus pasos en otoño, tu cálido abrazo en invierno, tu aroma en todas las flores que se llaman como tú. Pero cada vez que te encuentro es sólo porque te me has metido en el ojo.

Te he buscado en el parque, te he buscado en el centro comercial, te he buscado en objetos perdidos, te he escrito en mi diario, te he inventado en las canciones que antes no me gustaban, te he oído en mis sueños, te he creado en el asiento vacío del metro, te he sentido entre mis dedos, pero nunca estabas ahí.

Así que he vuelto a fumar como si aún no te hubiera conocido. Como si no quisiera conocerte. He matado el último cigarro de después para no ser yo la única que se consuma y ver así si hay vida más allá de ti, más allá de buscarte, más allá de echarte de menos y no saber en qué bolsillo de qué chaqueta estás.

Y claro que la hay,

pero no me interesa.

martes, 20 de octubre de 2015

el tic-tac de las horas


El reloj sigue marcando los abrazos que me faltan desde que no estás aquí, conmigo, en casa. El despertador suena siempre que intento ir a buscarte y la alarma antiincendios ahora es antilágrimasdeechartedemenos. La cama está medio vacía y totalmente incómoda, pero tengo que aprender a vivir sin ti. A fingir que se puede vivir sin ti.

El desayuno en la cama se ha convertido en desactivar el modo avión del móvil para ver si me has llamado durante la noche y el postre de la cena ahora es en solitario. Me cuesta mucho salir a la calle sin tus brazos como destino, pero lo intento. Intento ponerme guapa por si algún día nos cruzamos y te arrepientes de haberte marchado, claro.

Sigo escuchando las mismas canciones que tanto me recuerdan a ti. Sigo leyendo los mismos poemas que tanto me gustaría bailarte desnuda. Sigo escribiendo las mismas chorradas que tanto quisiera fingir que te escondo. Pero tú sigues sin venir a sentarte a mi lado. Y yo cada vez me siento más lejos.

Me gustaría hacer retroceder el tiempo e impedirme soñar contigo, pedirme que me vaya antes de que me veas, no conocerte tanto, que de todas formas después voy a tener que olvidarte. Me gustaría volver al pasado para impedirle que pase. Pero el reloj sigue marcando los abrazos que me faltan, y yo aún no he averiguado cómo romperlo sin hacerme más daño.

sábado, 17 de octubre de 2015

miércoles, 14 de octubre de 2015

martes, 13 de octubre de 2015

Ojalá el viento

Ojalá el viento no se conformara sólo con las palabras y se llevara también al que las dice.

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cumpleaños, rosas y margaritas

El día de mi cumpleaños siempre venía con flores. Madrugaba más que nunca sin despertar a nadie y preparaba mi desayuno favorito. Se ponía esa camisa azul celeste con la que estaba tan atractivo y se anudaba esa corbata que yo tanto odiaba solo para hacerme rabiar. Nunca tuve el valor de decirle que los mellizos no eran suyos, pero tampoco él encontró las fuerzas suficientes para decirme que ya sabía que estaba embarazada el día en que nos conocimos, así que siempre los traía consigo. Los vestía como si ya fueran mayores, los peinaba como a mí me gustaba y los amaba tanto como yo. Salían juntos de casa para coger las margaritas del campo y robarle las rosas a la vecina gruñona que vivía en la casa contigua y venían los tres a despertarme de este sueño tan profundo que tengo. Me cantaban «Cumpleaños feliz» y se sentaban a los pies de mi cama para contarme lo mucho que me querían. Y la verdad es que yo a ellos también.

Los médicos siempre hablan del suicidio, pero nunca de la muerte lenta y dolorosa que puede suponer un diagnóstico de un psiquiatra de la Seguridad Social. Y no solo para el asesinado, sino también para los que no volverán a abrazarlo el día de su cumpleaños.

No se habla de la tristeza que supone saber que tu felicidad es artificial y viene en comprimidos de colores que terminarán mezclándose en el negro fondo de tu estómago. No se menciona la demencia que puede ocasionar la soledad de una habitación blanca. Ignoran que apartar a alguien de sus seres queridos para que no les haga daño ya es hacer daño a esos seres queridos. Olvidan que, por mucho que avance la ciencia, un abrazo de quien amas siempre será más reconfortante.

Yo siempre sabía que era el día de mi cumpleaños porque ese día él venía con flores y traía consigo a los niños, tan guapos y tan risueños, con sus trajecitos a juego. Ahora que han pasado más de veinte años desde que comenzó el ritual de las flores, los niños ya son mayores y viene cada uno por su cuenta; pero por consiguiente tengo más rosas y margaritas, porque cada uno trae las suyas.

Es evidente: nunca se me han dado bien las fechas, y eso es algo que no va a cambiar. Así que, cada vez que quiero acordarme de cuándo fue la última vez que lo vi con vida, deambulo por el cementerio hasta llegar a la tumba correcta. Yo también me siento a los pies de mi cama y hablo de lo mucho que los quiero a los tres y de lo feliz que soy al saber que él siempre ha cuidado a los mellizos como si fueran suyos. También me acerco a oler las rosas y las margaritas que me dejan, claro. Y aunque en mi lápida pone: «13.5.1994—25.1.2024», ambos sabemos que nací muerta y que seguiré viva mientras alguien siga trayéndome flores.

viernes, 9 de octubre de 2015

Con mis propias manos

Si fueras un final, te destriparía encantada.

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Soy un camino arduo y sin atajos

Soy un camino arduo y sin atajos, pero soy paradisíaca. Me rompo como las hojas de un cuaderno que aún no ha encontrado su misión en la vida de su torturadora. Soy la que deshoja la margarita y se enfada si esta le dice que no.

Tengo muy pocos años para lo mucho que he amado y demasiada vida por delante para los que me quedan por amar. Soy todos los colores pastel que se comen con los ojos. Cierro los míos cuando siento vergüenza y los abro

mucho

mucho
mucho

cuando tengo miedo — siempre he sido un poco rara.

Soy el viento que corre detrás de la hoja.

Soy el tren que espera cogerte a tiempo.
Soy el reloj que intenta llegar a ti puntual.
Soy tonta, pero tú ya no estás aquí para verlo.

lunes, 5 de octubre de 2015

(A mi diario)

A veces te soy infiel.

Con el móvil, con el ordenador,
con algún folio en blanco
con el que tengo un encuentro
casual,
con algunas personas.

Sobre todo cuando salgo de casa
y no te llevo conmigo.
Ya sabes,
cuando mi bolso está a punto de reventar
o ni siquiera me acompaña a la calle.

Pero también cuando estoy en la cama
y no me apetece levantarme.

Pero
siempre
siempre
siempre
pienso en ti.

domingo, 4 de octubre de 2015

infancia

El recuerdo más feliz de mi infancia es un recuerdo inventado.

Es terrible que el mejor de clase sea siempre el más inteligente y aplicado y no el que posee la capacidad para tener más y mejores amigos. De haber sido así, habría lucido más gustosa la corona. O no acercarme nunca a ella.

Supongo que no es necesario enseñar las bragas para que te hagan caso, pero ayuda. Y otras cosas no tan eufemísticas también.

Si pretendiera justificar todas las estupideces que he hecho, iría a un psicólogo. Le contaría lo mucho que odio a ciertas personas, lo mal que se me da tener amigos y lo poco que he puesto en práctica mis planes de suicidio. Mi fascinación por las heridas y mi fobia al dolor. Mi terror a ser vieja y fea. Lo mucho que escribo, lo poco que leo. Le hablaría de mi insomnio y de lo mal que respiro. De llorar en los cumpleaños, de no celebrar los míos. De la bipolaridad, las obsesiones insanas, la costumbre de coquetear con los hombres mayores que aparentan menos edad de la que tienen y nunca al revés. De la poca fe que tengo en la humanidad como remedio de mi enfermedad, de las ganas que tengo de que sea Noviembre quien me cure. Y él me diría lo que él ya sabe. Lo que ya sabemos todos. Lo que no creemos poder arreglar.

Es terrible que el recuerdo más feliz de mi infancia sea un recuerdo inventado, pero también es una suerte que el recuerdo inventado de mi infancia sea un recuerdo feliz.