Mamá, he
vuelto a cortarme el pelo, pero ni siquiera lo has notado. He llorado mientras
fregaba la cena de anoche y tú preparabas la comida de hoy. He roto un plato
tras otro hasta certificar que la torpeza forma tan parte de mí como la
ignorancia de ti. Porque ni siquiera has notado que lloraba. Porque ni siquiera
has notado que rompía otro plato. Porque ni siquiera estabas allí.
En mi cabeza
las cosas no son como lo son fuera de ella. A veces me siento tan sola que
necesito que la culpa sea de los otros. Los otros me ignoran, los otros me
odian, los otros me abandonan. Pero la llave de la puerta siempre la he tenido
yo. Y además siempre echo el pestillo cuando entro en el cuarto de baño —cosa
que odias, cosa que nadie más hace— y os impido entrar por si acaso me
descubrís contemplando en glorioso silencio mi triste rostro en el espejo.
Mamá, no
puedes ayudarme. Los amigos no pudieron, los profesores no pudieron, los
médicos no pudieron. ¿Cómo vas a poder tú?
Cada vez que
me sacan sangre me desmayo, pero mi miedo es a que vean mis muñecas. A que vean
que sigo jugando con ellas. Como cuando tenía siete años y las cortaba. Cortaba
sus cabellos y no les pedía perdón.
Mamá, ojalá
nunca leas esto. Porque nunca sabría cómo justificar toda esta bilis. Nunca
sabría cómo explicar todo este odio, cómo pedir perdón. Porque a mí nunca me lo
han pedido. Porque a mí nunca me han pedido nada que estuviera dispuesta a dar
sin derramar de paso unas lágrimas.
Me encuentro
tan cansada últimamente...
Soy un gato
atropellado en su sexta vida: esta vez va en serio. Tengo que hacer algo con el
tiempo que me queda, antes de que vuelva a arrollarme la triste realidad y me
dé de lleno en la esperanza. Pero el espejismo de una vida mejor dura tan poco,
mamá, que apenas me da para salir de la cama.
Ha amanecido
como siempre, a la misma hora que siempre, con la misma velocidad que siempre,
y yo me lo he perdido. Tampoco yo tengo la culpa. Todo se mueve demasiado
rápido, todo es demasiado grande. No soporto esta opresión.
Mamá, he
vuelto a cortarme el pelo. Pero sólo porque he vuelto a confundirlo con la
yugular.