No sé de dónde he sacado esta obsesión por la literatura. Esta hambre insaciable por leerlo todo. Llevo cuatro años sin hacer otra cosa que sumergirme en la lectura. Pido perdón por no salir de los libros. Pero, veréis, resulta que todos esos árboles convertidos en páginas mecanografiadas han tenido una mejor vida que la mía y, veréis, resulta que yo también quiero participar.
Un día me di cuenta del problema. Yo era una mujer. No podía entenderlos no podía compadecerme de sus almas no podía meterme en su piel.
Ellos podían penetrar mi cuerpo pero yo no podía meterme en su piel.
He ido levantando altares con forme leía. Fornicar con muertos está mal pero pensar en ellos en la intimidad no supone un problema. También he amado a los vivos. He besado las páginas recién dadas a luz he besado las portadas con sus nombres grabados. He ido adorando cada mano que ha ido dibujando cada palabra. He ido adorando cada palabra que ha ido saliendo directa de cada garganta.
—Decidle a mi padre que he pedido perdón por no salir de los libros—
Pero ellas se han llevado la mayor parte de mí. Sólo en ellas he podido descansar. Sólo en ellas he podido identificar mi cuerpo, tocar mi cuerpo, diseccionar mi cuerpo. Sólo en ellas me he aprendido de memoria, he palpado cada órgano del que me compongo, he absorbido cada gota que hay en mí.
—Pero no le digáis lo que pienso de los árboles—