domingo, 29 de septiembre de 2019

Me siento tan culpable de la imagen que se han creado de mí todos aquellos que no se han molestado en conocerme

Si fuera capaz de romper el silencio. La bóveda de acero que me cubre. La cúpula transparente que no deja pasar el oxígeno. Que no deja pronunciar las palabras. Que no deja vocalizar el adiós.

Las despedidas son siempre tan estridentes. Son el trueno inesperado cuando estás viendo la televisión, la puerta que se cierra de repente por culpa del viento, el teléfono despertándote de la siesta. Quién es. Nadie con quien quieras hablar.

Las despedidas son el llanto en mitad de la noche, la brecha en el tiempo, el golpe en la pared. ¿Te vas? ¿Adónde? No lo sé. Donde no me encuentren. Supongo.

Me da miedo romper con la tradición. Este año sólo quería no tener que acudir a ninguna comida familiar, pero los Reyes Magos siempre llegan tarde. Este año mi único propósito es dejar de engañarme.

He vuelto a hablar con N. Ha estado bien.

He dicho —ya no quiero suicidarme— y he dicho la verdad. He decidido seguir aquí. En pie. Como un mástil al que se le ha caído la bandera. Ahora una fina sábana veraniega sobrevuela el cielo azul confundiéndose con las nubes. Ahora nadie sabe que me rindo.

He dado las gracias porque en un post cualquiera de Internet sobre la ansiedad social y la baja autoestima alguien decía que es mejor dar las gracias por escuchar que pedir perdón por contar tu historia. También decía la verdad.

Me he parado a hacer fotos a la luz que entraba a través de las rendijas de la persiana a las ocho de la mañana y he llegado tarde al médico. También he llegado veinte veces a la misma conclusión, pero siempre se me olvida.

Se me olvida que una cosecha lo que siembra y yo no tengo ni idea de agricultura.

Se me olvida que a la gente no suelen gustarle los cambios y es mejor ceñirme al papel que me he ido construyendo durante estos años para terminar cuanto antes la función que ponerme a improvisar.

Se me olvida que ya es tarde para pedir otro papel y la culpa es mía por no haber estado atenta cuando la profesora de teatro repartía los personajes.

Se me olvida que ya es tarde.

Llevo tres horas escuchando en YouTube el mismo poema de Bárbara Butragueño.

Yo quería que alguien me perdonara para poder perdonarme.

«La pregunta es»: ¿lo conseguiste?

domingo, 22 de septiembre de 2019

8 de febrero de 1958, sábado


Me gustaría poder echar la vista atrás y observarme rompiendo mis ilusiones. Una a una. Despacio y firme. Como la que rompe todos los poemas viejos que le escribió cuando seguían juntos. Me gustaría observarme rompiendo todos los poemas viejos que le escribí cuando seguíamos juntos.

Me gustaría viajar atrás en el tiempo y decirme que no pasa nada, que el dolor será sólo momentáneo, que es necesario bajar de la nubes habitar la tierra dejar de soñar tan alto tan lejos tan complicado.

Mi cuerpo sigue diciendo NO.

Me gustaría mucho viajar a una época en la que responder mira, esta cicatriz con forma de adverbio negativo me la hice con una cuchilla de afeitar a la pregunta de qué hiciste anoche se considere algo normal. Me gustaría mucho viajar a una época en la que calificar de normal una cosa sea algo extraño. Pero creo que ese lugar no existe.

Me gustaría dejar clara una cosa. Nada de lo que escribo es un justificante del médico que le entregas a tu profesor para poder hacer el examen otro día. Si falto a clase es porque soy demasiado cobarde como para enfrentarme a un suspenso. Si falto a clase es porque soy demasiado valiente como para arriesgarme a otro más.

Como si la peste se hubiera enamorado de mi destino

escribió Alejandra un día en su diario.

Como si me encontrara entre dos provincias del sueño

escribió Sylvia ese mismo día en el suyo.

Como si el silencio tuviera miedo de romperse

escribí yo ayer en una hoja cualquiera.

Y luego la quemé.

Me gustaría hacer una purga con todas las palabras que se me han atragantado. Reunir todas las sílabas que no han logrado encontrar la salida de mi cuerpo y quemarlas vivas. Tal vez así se pronuncien, tal vez así les dé por gritar. No lo sé. Tal vez así decidan no ningunearme nunca más.

Y tal vez no.

domingo, 15 de septiembre de 2019

Cómo explicarle este vacío que me invade a quien está lleno de vida

Si nadie me ayuda, mucho menos voy a ayudarme yo

Camino, o cualquier otra canción de Los Punsetes

Un día te das cuenta de que te has quedado sin voz. Así, de repente, parece que ha desaparecido. Buscas en los bolsillos de tus pantalones vaqueros en los bolsillos de tu chaqueta buscas en tu bolso.

Pero no la encuentras.

Igual se te ha caído en la cesta de la compra, piensas. O te la has dejado en la taquilla del gimnasio. Miras dentro de los cajones de tu mesita de noche rebuscas entre tu ropa interior miras dentro de las botas que te pusiste el otro día dentro de todos los libros de tu pequeña biblioteca.

Pero no la encuentras.

Ellos te miran esperando la palabra, piden a gritos el diálogo, te instan a enseñarles las manos, te empujan por el precipicio. Y tú caes

y caes             

y caes

al vacío y ni siquiera eres capaz de chillar. Porque aún no sabes dónde está tu voz. Dónde la has perdido. Quién la tiene. Por qué se la ha llevado.

Ese día te das cuenta de que tenían razón. Nada de lo que dices importa. Da igual lo que salga de tu boca. Lo que escupas después de haberlo masticado y masticado durante horas. Siempre te equivocas. ¿Para qué quieres, entonces, la voz? ¿Para qué la saliva o el aliento? Sólo los malgastas.

Ese día te das cuenta de que deberían aprovechar para llevárselo todo. No sólo tu capacidad comunicativa, sino todo lo que por falta de ahora resulta inservible y no lo vas a utilizar.

No prestas atención

porque de todas formas
no puedes explicar lo aprendido.

No te sabes ningún número

porque de todas formas
no puedes hablar por teléfono.

Has dejado de amar

porque de todas formas
no puedes decir te quiero.

Y te quedas mirando esa página en blanco que es el mundo visto desde el Teide y ya no sabes si terminar tu historia lanzándote a las nubes o esperar a que el volcán despierte de su letargo y destruya también a tus lectores.