Encerrado en esta jaula, dejo volar mi
imaginación entre los barrotes. Vuela libre a través de la piedra. Lejos
del metal. Lejos del sonido de las gotas que se precipitan desde lo
alto en un desesperado intento por poner fin al sufrimiento. Lejos de
estas manos asesinas.
No
recuerdo cómo acabé asfixiando su senectud con su propia almohada.
Cuándo empezó la locura a mover su cuerpo como si de un títere se
tratara, lanzando objetos personales y verborrea por los aires. Cuánto
tiempo tardó en dejar de respirar.
No
me di cuenta en seguida. Tampoco sé cuánto tiempo tardé en hacerlo. A
veces se hacía el muerto para atormentarme. Lo conseguía. A veces me
gritaba: «¡Vas a matarme! ¡Vas a matarme!» y yo lo negaba. Mentiroso.
Claro que en aquel entonces yo no sabía que mentía.