Ese día no intenté borrar mis huellas porque no era necesario.
Verás: yo tenía intención de suicidarme después. Alisarle la camisa, recogerme bien el pelo, tumbarme a su lado, despedirme con un beso en su fría mejilla, morder sin piedad el arma y eyacular dentro de mi boca.
Un último acto dramático en esta pantomima que ni siquiera había escrito yo.
Me sentía sola. Todos me habían abandonado. Yo había dejado que se fueran y ahora me tocaba a mí partir.
Pero al final no lo hice.