Marzo
Hogar
de la primera víctima
—El
ladrón entró por la ventana, cogió lo que había venido a buscar y
se marchó por donde había entrado.
O
al menos así lo indican los cristales que cubren el suelo de granito
como si de un manto de hielo se tratara.
—Pero
no falta nada en la casa, capitán.
—¿Quiere
decir que alguien rompió una ventana con las manos, cortándose con
los cristales, tal y como muestra la sangre que hay entre los pedazos
que hay en el suelo, entró dejando un pequeño rastro de huellas y
se marchó sin llevarse nada?
—Mmm...
No, claro... Eso sería estúpido... Pero es exactamente lo que
parece que haya ocurrido... capitán.
Marzo
Hogar
de la segunda víctima
—Pero
¿usted está completamente seguro de que no le falta nada?
El
allanador ha tenido esta vez más cuidado: ni huellas de pisadas, ni
sangre entre los cristales. El único indicio de que haya entrado
alguien durante la noche son, de hecho, esos cristales que indican
que una ventana está rota. La policía ha decidido descartar la idea
de que alguien haya lanzado una piedra contra el cristal y se haya
ido corriendo simplemente porque no hay ninguna piedra dentro de la
habitación. Debe de tratarse de la misma persona y debe de haber
entrado para llevarse algo consigo.
—¿Ha
mirado en los cajones, a ver si le falta algún documento importante?
—Oiga,
yo ya no sé cómo explicárselo. ¿Dónde está su superior?
—Tranquilícese,
hombre, no hace falta que se ponga así.
—¿Qué
me tranquilice? ¡Le digo que no me falta nada en la casa y usted me
pregunta si he mirado bien! ¡Pues claro que he mirado bien!
Abril
Hogar
de la séptima víctima
La
policía está desesperada. Ni el ADN ni las huellas de las pisadas
revelan quién es el asaltante. No hay huellas dactilares por ninguna
parte. Ni rastro de los objetos robados, no porque no los encuentren,
sino porque parece que no se haya robado nada.
—Estaba
usted en casa y no oyó nada.
—Exacto.
Parece
acalorada, como el resto de las víctimas. Se abanica con la mano
izquierda y con la derecha se masajea el pecho, más concretamente el
corazón.
—¿Se
encuentra bien?
—Duermo
con tapones para los oídos y por eso no oigo absolutamente nada,
¿sabe? Eh... Sí, me encuentro bien.
Sonríe
mientras dice esto último. Parece que dice la verdad.
Mayo
Una
oleada de supuestos crímenes abraza la ciudad. El ladrón, siguiendo
su modus operandi,
rompe una ventana a puñetazos (quizá con una mano envuelta en una
toalla húmeda para no hacerse mucho daño), entra en la casa dejando
(a veces) huellas de pisadas de la talla 44 y se marcha sin llevarse
(aparentemente) nada.
Las
víctimas se encuentran, desde que son asaltadas, en un estado de
ensoñación constante. Sonríen parece ser que sin motivo alguno y
no saben por qué, pero son muy felices.
La
policía se deja la piel buscando al vándalo.
—Al
principio pensábamos que se trataba de un gamberro y que terminaría
cansándose; pero han pasado dos meses desde su primer allanamiento y
sigue delinquiendo, así que estamos dispuestos a juzgarlo como un
peligroso criminal —nos cuenta el capitán Fernández en una rueda
de prensa.
Mayo
Hogar
de la primera víctima
La
agente Martínez está casada y tiene dos hijos de seis y diez años.
Lleva trece años en el cuerpo y no está dispuesta a que el maldito
vándalo se vaya de rositas. Admira a su capitán, pero sabe que es
demasiado cerrado de mente y no quiere ver más allá. Así que, sin
informar a su superior, sigue las extrañas pistas que le dan las
víctimas del mal llamado «crimen invisible».
—Le
digo, señora, que me robó el corazón.
La
primera víctima es una mujer de unos treinta y cinco años. Alta y
delgada. Soltera y sin hijos. Pelirroja. Lleva un ligero vestido rojo
de flores con el que no necesita usar sujetador, aunque si lo
necesitara tampoco se lo pondría. Huele a esmalte de uñas y
fragancia de azahar. No usa pendientes; para qué, si el cabello
rizado le cubre por entero las orejas. Tampoco usa maquillaje, salvo
el pintalabios: rojo pasión.
—¿El
corazón?
—Sí,
como lo oye. No sé por qué, pero desde que ocurrió no puedo dejar
de pensar en él.
—¡¿Vio
al atracador?!
—No,
no, claro que no... No sé qué aspecto tiene, pero me lo imagino
guapo y apuesto. Soltero y sin ataduras, en busca de una esposa. Tal
vez una bella dama de espeso cabello rojo que simule la llama de
nuestro amor, ya sabe.
—Y
¿dice que no le falta ningún objeto de la casa?
—No,
sólo el corazón.
Mayo
Hogar
de la cuarta víctima
La
cuarta víctima es un hombre de unos sesenta y seis años. Viudo y
sin ningún hijo que se haga cargo de él.
—Verá
agente...
—Martínez.
—Eso.
Agente Martínez. Verá... Lo que a mí me falta es el aire.
—¿Padece
ansiedad? Es normal en este tipo de casos, después de sufrir una
experiencia traumática, como por ejemplo saber que han entrado en su
casa a robarle.
—No,
no... Yo estoy fuerte como un roble, agente...
—Martínez.
—Sí...
Pero no respiro bien. Desde que esa mujer entró en mi casa, no puedo
parar de pensar en ella, en por qué me habrá elegido a mí.
—Usted
cree que el ladrón es una mujer.
—Por
supuesto. ¿Por qué no iba a serlo, agente... No, no. No me lo diga.
Mmm... Agente Martínez.
—Correcto.
—Sí...
¿Por qué no iba a ser una mujer? Las mujeres también allanan
hogares y roban y asesinan. Puede que en menor medida que los
hombres, vale, pero lo hacen.
—Por
supuesto, señor Cardona, pero las huellas halladas en diferentes
casas son de una 44. Normalmente las mujeres no llegamos a esa talla.
—Sí,
pero en mi casa no se halló ninguna huella, ¿cierto? Y ¿no podría
ser que se tratase de una pareja, donde es evidente que la mujer es
más cuidadosa y no deja huellas mientras que el hombre, pobre
despistado, sí?
—Pues
no se nos había ocurrido, pero lo tendremos en cuenta.
Junio
Un
total de veintitrés víctimas en cuatro meses. La insistencia de
llamarlas víctimas aunque parezcan encantadas con quien les ha
robado, ejem,
sí, el corazón. Catorce hombres y nueve mujeres. A su vez, doce de
las víctimas insisten en que se trataba de un hombre y las otras
once en que se trataba de una mujer. La policía sigue creyendo que
el «ladrón» es un varón. Curiosamente, las cuatro veces que se
han hallado huellas de zapatos de la talla 44 han sido en casas donde
la víctima insistía en que era un hombre.
—Capitán,
sé que la historia de los corazones, la falta de aire y el robo de
pensamientos y tristeza no tiene ni pies ni cabeza, pero todas las
víctimas están solteras o viudas y no tienen hijos. Esa es la
conexión que hay entre ellos.
—Y
¿qué pretende, agente Martínez, poner agentes custodiando a toda
la gente sin pareja y sin hijos de la ciudad.
—No,
claro que no. Son demasiadas personas. Puede que haya alguna otra
conexión entre ellas, relacionada también con su estado civil.
Puede...
—¿Puede
que se sientan solas y el roba-corazones lo huela como animales en
celo y vaya a mostrar sus encantos de hombre invisible?
Junio
El
capitán lleva cuarenta años en el cuerpo, la mitad de ellos como
capitán, y está harto de quejas absurdas y victimismos. También es
viudo y no tiene hijos; no obstante, ningún gilipollas invisible ha
entrado en su casa a través de una ventana mientras dormía a
llevarse todos sus pensamientos superfluos y hacerle sentir que no
está solo.
Desde
hace tres años, su hermana le insiste en que salga a conocer
mujeres; no le gusta verlo tan solo. Con el avance tecnológico, ya
ni siquiera hace falta que salga de casa, puede hacerlo a través de
Internet, le insiste. Él siempre le dice que su trabajo lo absorbe
demasiado y que tampoco le interesa.
—No
te estoy pidiendo que vuelvas a casarte, Toni, sólo que te
distraigas un poco.
Sabe
que su hermana sólo quiere lo mejor para él. Y, aunque es cierto
que su trabajo lo absorbe, ahora mismo tiene un hueco. Enciende el
ordenador.
Junio
Suena
el teléfono en mitad de la noche. ¿Quién coño es a estas horas?
Son más de las dos y los niños duermen. La desconsideración está
a la orden del día. Más vale que sea importante.
—Martínez
al aparato.
Acostumbrado
a una voz más autoritaria, el capitán tarda un par de segundos en
reconocer la cansada voz de su subordinada.
—Creo
que le debo dos disculpas, agente Martínez. La primera por haberla
despertado. Y la segunda porque ya sé cómo contactó el ladrón con
todos los solteros de la ciudad.
Junio
En
estos tiempos que corren, los avances tecnológicos son un alivio
para aquellos que sufren una leve ansiedad social.
No,
no estamos hablando de los avances médicos; estamos hablando de las
redes sociales y las aplicaciones de chat para dispositivos móviles
que permiten entablar conversación con la persona de al lado sin
necesidad de mirarla a la cara. (Quién no ha estado en una reunión
familiar y no ha visto a sus tíos enviar imágenes al grupo de
WhatsApp mientras siguen todos en la mesa tomando el café de después
de la comida).
Hacemos
aquí una breve pausa para recalcar lo de leve ansiedad social. Las
personas con fobia social (o Trastorno de la Ansiedad Social)
encuentran igual de difícil hablar de manera tradicional que por
escrito. Supongo que para ellas sería más útil un avance médico
que tantas tonterías dentro del teléfono móvil.
Pero
las redes sociales no sólo sirven para entablar amistad con otras
personas mediante el inofensivo envío de vídeos graciosos de
gatitos, no; también puedes encontrar a tu media naranja, ya sea en
una página específicamente diseñada para ello o en cualquier otra.
—Así
que el ladrón encontró a sus víctimas en una web de citas.
La
mayoría de la gente que busca desesperadamente alguien con quien
compartir sus días y sus noches, sus penas y sus alegrías, sus
cenas y sus desayunos, se registra en más de una página de
contactos. La policía anota cada una de las que mencionan las
melancólicas víctimas y encuentra la web común. El capitán anota
discretamente en su agenda todos los nombres de las páginas menos la
de esta última.
Junio
Los
agentes de la ley deciden recurrir al engaño y las triquiñuelas
para cazar al ladrón.
—Capitán,
ya hemos creado el perfil falso. Ahora sólo falta esperar a que
alguno de los pobres desesperados que contacten con Dolores Pineda
sea nuestro hombre.
—Muy
bien, agente García, pero tampoco hace falta menospreciar a aquellas
inocentes personas que deciden probar suerte a través de Internet en
lugar de hacerlo bebiendo en un bar.
El
capitán está algo susceptible desde que descubrió las webs de
citas.
—Tiene
usted razón, capitán. Lo siento mucho.
Julio
Aumenta
poco a poco el número de víctimas y las posibilidades de que la
próxima elegida sea Dolores Pineda. Pelo corto y castaño. 36 años.
Hostelera. Viuda y sin hijos. Le gustan la poesía y la montaña.
Alérgica al polen.
También
aumenta la tensión entre la policía, que finge no saber cómo el
hombre invisible contacta con sus víctimas para no revelar que la
señorita Pineda es en realidad un grupo de agentes de entre 30 y 50
años, y las víctimas, que se empeñan en pedir que por favor dejen
en paz al ladrón por miedo a que, si lo encarcelan, éste les
devuelva las ganas de llorar.
—Yo
sí que les voy a devolver las ganas de llorar... ¡a balazos!
—No
creo que sea muy correcto decir eso en voz alta, capitán.
—¡Me
da igual! ¿Tenemos novedades?
—Aún
no, capitán, pero otros dos hombres se han puesto en contacto con
Dolores Pineda.
—¿Por
qué eso no es una novedad?
—Muy
buena pregunta, capitán.
—En
fin... Avíseme si esos dos sospechosos quieren la dirección de la
señorita Pineda. ¿Dónde está la agente Martínez?
—Aquí,
capitán. Estaba hablando por teléfono con el doctor Ferrán.
—¿Quién?
—Está
examinando a la primera víctima y nos pide urgentemente que vayamos.
—¿Por
qué examina a la víctima?
—Al
parecer ella misma ha acudido al hospital y se lo ha pedido, capitán.
—Está
bien. Vayamos. Espero que sea importante.
Julio
Mientras
la policía vigila el piso franco en el que supuestamente vive la
bella y encantadora Dolores Pineda, la mujer de espeso cabello rojo
que tuvo la suerte de ser elegida como la primera víctima de robo
por parte del apuesto hombre invisible acude al hospital más cercano
para ver si así por fin la empiezan a tomar en serio. A ella, y al
resto de las víctimas.
—¿Dónde
está el doctor Ferrán?
El
capitán está hecho una furia.
—Pero
esto no puede ser...
El
doctor está confuso.
—Yo
ya dije que me habían robado el corazón...
La
primera víctima insiste.
—Doctor,
¿se puede saber qué ocurre?
La
agente Martínez intenta poner un poco de calma.
—Agentes,
esta mujer no tiene pulso