miércoles, 30 de marzo de 2022

b (LVA)

Mi madre, por así decirlo, me enseñó todo el pueblo y me contó historias sobre lo que más me podría afectar, según ella.

Me explicó que antes de su hija habían muerto también dos jóvenes más. Fueron dos muchachas, a lo que llegaron a la conclusión errónea de que sólo eran  mujeres las que morían. Pero después murió algún que otro joven varón.

No atacaban diariamente, los vampiros. Pasaban un par de semanas de una víctima a otra, y más adelante pasaban incluso meses. Pero, cuando creían que la pesadilla había terminado, se mostraba otro cuerpo en la plaza. Y éste siempre era joven, a veces hasta demasiado.

La aldea entera había decidido que los más pequeños debían partir para evitar una lenta y dolorosa muerte.

Mientras que los más mayores se quedarían cuidando del pueblo. No eran capaces de abandonar el lugar donde habían nacido. No estaban preparados para eso. Tal vez acabarían muriendo, pero morirían luchando.

Madame Lavoisier me llevó una vez por el pueblo a altas horas de la noche para que viera cómo de preparados estaban ante un posible ataque.

Pude observar, gracias a ella, los crucifijos en las puertas; oler el repulsivo olor a ajo que tanto detestaba. Nunca me gustó ese alimento y no entendía como podía usarse en tantos manjares.

Pude escuchar también el clic de los arcabuces a punto para disparar y el sonido del acero al desenvainar las espadas y cuchillos. Ese sonido me encantaba; sonaba tan frío, tan distante. Lo adoraba.

Debíamos andar despacio y mirar bien dónde pisábamos. Al mínimo ruido, todos los varones saldrían para atacar; no se lo pensarían dos veces, no pensarían en que pertenecemos al pueblo. Atacarían a matar.

Por eso debes procurar no ir sola en medio de la noche. Lo mejor que puedes ha-cer es permanecer encerrada en casa, al menos hasta que te conozcan mejor.

Dimos un pequeño rodeo más y volvimos a casa. No era su intención mostrarme un verdadero ataque vampírico  y dejar que nos mordieran para observar cómo era el modus operandi de los principales enemigos de la aldea.

 

lunes, 28 de marzo de 2022

a (LVA)

Madame Lavoisier me crió como a una hija. Me contó historias sobre las víctimas del pueblo, que éstas aparecían de la noche a la mañana en medio de la plaza. Me contó que la habitación que yo ocupaba era antes la de su hija, que los vestidos que ahora yo utilizaría eran suyos. Y me contó cómo un seductor caballero de rubia melena y ojos azules apareció en la aldea una noche de invierno.

Su hija y él congeniaron y vivieron una bonita historia. Noches cálidas el uno al lado de la otra, paseos nocturnos bajo las acogedoras estrellas; fueron, sin duda, los mejores días de la vida de la muchacha.

–¿Partieron juntos a otra villa?

–No. Juntos no–. Estaban humedeciéndose sus castaños ojos; parecía afligida.

–¿Qué ocurrió?– Me daba miedo preguntar, no sabía cuál sería su reacción.

La mujer se echó a llorar.

Supe entonces que, semanas más tarde, apareció el cuerpo de su niña. Yacía desangrado en medio de la plaza.

–¿Y aquel seductor caballero?

–Desapareció. Sin dejar rastro. No se supo nada de él.

–Es terrible...

Todo el mundo fue a buscar al caballero. Todo el mundo fue a buscar su muerte. Entraron en todas las casas buscando un culpable, travesaron el bosque en busca de alguna pista sobre su paradero.

Nada. No hubo rastro de él.

Fue en aquel momento en el que la anciana se dio cuenta del verdadero peligro. Ya había habido ataques, cuerpos de vecinos desangrados, pero nunca le había ocurrido nada a su diminuta familia.

La mujer y su hija llevaban viviendo solas durante mucho tiempo, el marido había muerto por causas naturales. Había sido un varón raudo y fuerte, pero era muy mayor, se llevaba dieciocho años con su esposa. Tras su muerte, Madame Lavoisier se había ocupado sola de la casa y de su hija. Contaba, por supuesto, con la ayuda de los vecinos; pero la lejanía le impedía disfrutar de mucha de esa ayuda. Con la muerte de su hija, la anciana había podido comprobar cómo eran de apreciadas sus vidas en ese pueblo, y por esa razón detestaba la idea de saber que aún moría de vez en cuando gente inocente.

Ninguno en el pueblo tenía pruebas sólidas de su existencia, pero todas las piezas del puzzle (la noche, las marcas en el cuello, el desangramiento) llevaban a la misma conclusión: los vampiros pretendían acabar con el pueblo.

domingo, 20 de marzo de 2022

Cosas que guardar en una maleta

las gafas de sol y un paraguas

por si acaso ropa de baño

por si la playa billetes repartidos

en diferentes bolsillos

ese vestido de tirantes rojo

que pensé que te gustaría

el cargador de mi teléfono móvil

un neceser con lo imprescindible

salvo las lentillas porque ya no

las necesito un par de pijamas

para oscilar entre las noches frías

y las más calurosas el libro

que no me devolviste

el regalo que me trajiste

de tu breve estancia en Xxxxxx

un bolígrafo azul y una libreta

por si en el hotel no hay bloc de notas

y me urge escribir algún poema

calzado cómodo para las caminatas

calzado ligero para los paseos

al atardecer entre los callejones

de ese pequeño pueblo empedrado

los últimos cinco comprimidos

que me quedan de escitalopram

antes de pedirle a mi psiquiatra

que me haga otra receta

un último vistazo a mi alrededor

un secador de pelo y ya puedo

cerrar la maleta estoy lista

para salir de tu vista

jueves, 10 de marzo de 2022

[no me da miedo llorar] - texto escrito el 12 de septiembre de 2017 para FB

no me da miedo llorar, no me da miedo mostrar esa cicatriz que me recuerda que no puedo olvidarte, ni la que está en braille, ni la que me duele, al menos una vez al día, no me da miedo desnudarme, mírame, adoro mi cuerpo, para qué querría cubrirlo, no me da miedo admitirlo, sí, a veces quiero morirme, sí, la sonrisa es sincera, sí, las lágrimas también, no, no es mi primera vez, no me da miedo la soledad, ya la he vivido, a veces la ansío, el silencio, las cenas para uno, elegir en qué lado de la cama dormir, elegir en qué lado de la cama dar vueltas durante toda la noche, no me da miedo el silencio, no me da miedo escribir, no me da miedo que todo el mundo lea lo que escribo, sí, vale, lo que tú digas, intento llamar la atención, no me importa, no me da miedo, también estoy escribiendo un libro, pero tú nunca lo leerás, voy por el tercer capítulo, llevo diecisiete páginas en el Word y creo que no voy a saber terminarlo, sí, me duele, claro que me duele, mañana a lo mejor borro todo esto y finjo no haberlo escrito, me siento sola porque casi siempre estoy sola, no pasa nada, así al menos no necesito hablar, no me da miedo que no me crean, si te miento, y seguramente lo haga a menudo, cuando me preguntas por la universidad, el trabajo o mi estado de ánimo, es porque a tu lado tengo miedo, no me da miedo admitirlo, pero tengo que escribirle un diario a la doctora y no puedo. no puedo. no puedo. no puedo.

 

no puedo leer en voz alta.