1, 2
Tu
mirada se cruza con la mía bajo la marquesina de la parada del
autobús. Lleva diez minutos de retraso y tú me hablas del viento,
me cuentas del aire, me narras de la brisa. Yo me fijo en tus manos y
no imagino, no sospecho, que esa misma noche se entrelazarán con las
mías mientras hagamos el amor en la cama de matrimonio de la
habitación de tu madre. Lleva veinte minutos de retraso y decido
seguirte la corriente, pero no me quito las gafas de sol para que no
me des por hecha. Elogias mis tatuajes, no me miras las tetas, me
tratas como a un ser humano; con qué poco nos conformamos. Lleva
treinta minutos de retraso y aún soy tan ingenua de creer que mis
planes siguen intactos, que no pasaré la tarde contigo dentro de
unos grandes almacenes que hasta ese día no sabía ni que existían.
Ya dentro del autobús tu abrazo me consume. Ya en la última parada
tu cautela me embriaga. Ya dentro de la tienda tu boca me llama. Y
ese beso que nos damos en las afueras, ese beso que nos damos en el
centro del vendaval, me termina conquistando.
3, 4
Te
escribo para decirte que yo no cocino y tú me dices que te da igual.
Te da igual y te diriges a mi piso después de salir de trabajar.
Llegas a mi piso pasadas las cuatro y te pones a rebuscar entre los
armarios de mi pequeña cocina office. Te observo desde una
distancia reflexiva y no entiendo, no comprendo, lo que está
pasando. He encontrado el amor de repente, esperando el 160, y lo he
atraído hasta mi puerta. Ahora mismo se encuentra cocinando con
ingredientes que ya tenía, que yo misma había comprado, algo que
jamás se me había ocurrido. Te beso en la nuca y espero. Me siento
en la mesa y espero. Termino de comer y espero. En la cama de
matrimonio de mi pequeño apartamento tú y yo nos doblegamos al rito
de la carne. La espera ha valido la pena.
5, 6
Caminamos
de la mano bajo la luz de la luna. Llevo un vestido tan largo que por
poco no roza el suelo. Caminamos despacio, disfrutando de la noche,
del silencio de las calles, esquivando a los pocos transeúntes que,
como nosotros, continúan paseando. Yo sonrío y pienso en qué
envidia deben sentir, cuántos celos deben estar tratando de
esconder, todas aquellas personas que no deambulan de tu brazo. Y yo
sonrío. Esta vez hemos decidido no irnos al centro, para evitar
volver a encontrarnos cerradas las cocinas; seguiremos recorriendo
estas calles hasta toparnos con un restaurante cuyas mesas no estén
todas ocupadas. Terminamos encontrando un japonés y nos sentamos una
frente al otro. Confío en tu criterio pero yo elijo el postre.
Bebemos cerveza y nos miramos a los ojos. Te hago reír. La vuelta a
casa es silenciosa y apacible.
7, 8
Me
acurruco sobre tu cuerpo como un gato, o eso dices: que parezco un
gato. Yo ronroneo en tu cuello, refriego mi frente en tu clavícula,
te doy un beso en el hombro. Tú me abrazas mientras dormimos o
fingimos hacerlo, mi cadera encajada en tu cintura, y respiras
suavemente sobre mi cuello. Acaricio tu pecho, tu espalda, tu
mandíbula, con las yemas de mis dedos, afilando tiernamente mis uñas
con tu cuerpo. Me ruegas que no me detenga y yo continúo depositando
mi fragancia sobre tu piel, consolidando el vínculo. De tener siete
vidas, las pasaría todas contigo.
9, 10
Suena el teléfono a las seis de la mañana. Ha pasado un tiempo, ya te había olvidado, pero tu voz me reclama desde el otro lado de la línea. Yo acepto tus absurdas excusas, tus frágiles disculpas, y te abro por última vez la puerta de mi casa. Hacemos el amor reiteradamente sin saber que estamos contemplando una supernova. Te abrazo por la espalda sin saber cuán inestable se ha vuelto el núcleo, qué poco falta para el colapso. Cuando te despides de mí con esa dulzura en el rostro, no parece el fin del mundo. Pero cuando cierro a tu espalda la puerta se apaga la luz.