jueves, 30 de noviembre de 2023

NUBE DE ALGODÓN

Yo soy tu gatita
(La Factoría)

1, 2

Tu mirada se cruza con la mía bajo la marquesina de la parada del autobús. Lleva diez minutos de retraso y tú me hablas del viento, me cuentas del aire, me narras de la brisa. Yo me fijo en tus manos y no imagino, no sospecho, que esa misma noche se entrelazarán con las mías mientras hagamos el amor en la cama de matrimonio de la habitación de tu madre. Lleva veinte minutos de retraso y decido seguirte la corriente, pero no me quito las gafas de sol para que no me des por hecha. Elogias mis tatuajes, no me miras las tetas, me tratas como a un ser humano; con qué poco nos conformamos. Lleva treinta minutos de retraso y aún soy tan ingenua de creer que mis planes siguen intactos, que no pasaré la tarde contigo dentro de unos grandes almacenes que hasta ese día no sabía ni que existían. Ya dentro del autobús tu abrazo me consume. Ya en la última parada tu cautela me embriaga. Ya dentro de la tienda tu boca me llama. Y ese beso que nos damos en las afueras, ese beso que nos damos en el centro del vendaval, me termina conquistando.

3, 4

Te escribo para decirte que yo no cocino y tú me dices que te da igual. Te da igual y te diriges a mi piso después de salir de trabajar. Llegas a mi piso pasadas las cuatro y te pones a rebuscar entre los armarios de mi pequeña cocina office. Te observo desde una distancia reflexiva y no entiendo, no comprendo, lo que está pasando. He encontrado el amor de repente, esperando el 160, y lo he atraído hasta mi puerta. Ahora mismo se encuentra cocinando con ingredientes que ya tenía, que yo misma había comprado, algo que jamás se me había ocurrido. Te beso en la nuca y espero. Me siento en la mesa y espero. Termino de comer y espero. En la cama de matrimonio de mi pequeño apartamento tú y yo nos doblegamos al rito de la carne. La espera ha valido la pena.

5, 6

Caminamos de la mano bajo la luz de la luna. Llevo un vestido tan largo que por poco no roza el suelo. Caminamos despacio, disfrutando de la noche, del silencio de las calles, esquivando a los pocos transeúntes que, como nosotros, continúan paseando. Yo sonrío y pienso en qué envidia deben sentir, cuántos celos deben estar tratando de esconder, todas aquellas personas que no deambulan de tu brazo. Y yo sonrío. Esta vez hemos decidido no irnos al centro, para evitar volver a encontrarnos cerradas las cocinas; seguiremos recorriendo estas calles hasta toparnos con un restaurante cuyas mesas no estén todas ocupadas. Terminamos encontrando un japonés y nos sentamos una frente al otro. Confío en tu criterio pero yo elijo el postre. Bebemos cerveza y nos miramos a los ojos. Te hago reír. La vuelta a casa es silenciosa y apacible.

7, 8

Me acurruco sobre tu cuerpo como un gato, o eso dices: que parezco un gato. Yo ronroneo en tu cuello, refriego mi frente en tu clavícula, te doy un beso en el hombro. Tú me abrazas mientras dormimos o fingimos hacerlo, mi cadera encajada en tu cintura, y respiras suavemente sobre mi cuello. Acaricio tu pecho, tu espalda, tu mandíbula, con las yemas de mis dedos, afilando tiernamente mis uñas con tu cuerpo. Me ruegas que no me detenga y yo continúo depositando mi fragancia sobre tu piel, consolidando el vínculo. De tener siete vidas, las pasaría todas contigo.

9, 10

Suena el teléfono a las seis de la mañana. Ha pasado un tiempo, ya te había olvidado, pero tu voz me reclama desde el otro lado de la línea. Yo acepto tus absurdas excusas, tus frágiles disculpas, y te abro por última vez la puerta de mi casa. Hacemos el amor reiteradamente sin saber que estamos contemplando una supernova. Te abrazo por la espalda sin saber cuán inestable se ha vuelto el núcleo, qué poco falta para el colapso. Cuando te despides de mí con esa dulzura en el rostro, no parece el fin del mundo. Pero cuando cierro a tu espalda la puerta se apaga la luz.

jueves, 16 de noviembre de 2023

EL ARTE DE CONTAR UN BUEN CHISTE

Mi risa inundaba tus oídos en ese salón comedor de la casa en la que vivías. Se hacía más y más fuerte por cada chiste que me contabas. Se hacía más fluida, más tranquila, más valiente mientras nos abrazábamos totalmente desnudos en ese sofá en el que nos habíamos hecho el amor sin pensar siquiera en si debíamos o no correr las cortinas. Mi risa era lo más íntimo que tenía y tú me la sacabas sin ninguna dificultad. Me acariciabas suavemente la espalda con las yemas de los dedos y me hacías reír. Me contabas los mismos chistes que la última vez en la que nos habíamos hecho el amor en la cama de matrimonio de la habitación de tu madre y a mí me hacían la misma gracia. Me contabas nuevos chistes que habías aprendido, o que habías recordado desde la última vez que nos vimos las caras para bebernos juntos una botella de vino, y yo me reía. Me contabas una y otra vez el que sabías que era mi chiste favorito y yo me reía igual de honestamente que el primer día. Yo te quería y tú me hacías reír. Yo te quería y tú disfrutabas de sacarme una sonrisa. Yo te quería y tú te alegrabas de que por una vez dejara de estar tan triste, tan harta, tan cansada. Yo te quería y tú me tratabas como si fuera lo más preciado de este mundo, la mujer más guapa, la mujer más lista. Yo te quería y tú me tratabas como si fuera la mujer más importante, la persona más fuerte que jamás habías conocido. Como si de verdad fuese tan valiente. Yo te quería y tú me convencías de que merecía más que nadie ser feliz. Yo me abría ante ti como la flor del cerezo en primavera, sin que nadie más me viera, y compartía contigo mis secretos. Confiaba en ti como para que me recogieras del suelo si caía o para que me pusieras el pelo por detrás de las orejas si tenía la necesidad de vomitar después de apenas haber compartido contigo esa botella de vino. Cuando lloraba tú me abrazabas y yo no sentía la necesidad de cubrirme la cara con las palmas de las manos. Cuando lloraba tú me abrazabas y yo no pasaba vergüenza. Los silencios no eran incómodos y nunca había obligación de rellenarlos. Yo leía un libro y tú trabajabas en el ordenador. Yo memorizaba con la punta de mis dedos ese rostro tan perfecto que tenías y tú mirabas tu teléfono móvil, leyendo algún hilo de Twitter o hablando por WhatsApp con tus amigos de la universidad. A veces rompías el silencio poniéndome en YouTube tus canciones favoritas. Me hablabas sobre la música y, aunque aficionado, a mis oídos eras todo un experto. Entonces te ponías a cantar mientras yo repasaba el puente de tu nariz y aunque no teníamos los mismos gustos musicales no me cansaba de escuchar esa preciosa voz que tenías. Y nunca quería que se terminara esa canción. Y nunca quería que dejaras de cantarme. Cuando nos íbamos a dormir después de habernos hecho el amor, de nuevo sobre la cama de matrimonio de la habitación de tu madre, yo rozaba el escaso vello de tu pecho, que te dejabas crecer sólo porque sabías que me gustaba, para calmar mi ansiedad. Y tú me abrazabas. Y nuestras piernas se entrecruzaban como una enredadera y nuestra piel estaba siempre en contacto por mucho calor que hiciera. Y si por casualidad nos dábamos la espalda durante la noche y no nos dábamos cuenta como para volver a girarnos, nuestras manos no se soltaban, seguían cogidas para no sentir el abandono. Aunque sólo fuera por el dedo meñique. Para no sentirnos solos.

Y aun así dices que no te enamoraste de mí.