martes, 9 de julio de 2019

[No puedo parar de leer desde que empecé a saltarme clases en la universidad]

No puedo parar de leer desde que empecé a saltarme clases en la universidad para esconderme en la biblioteca. Tengo veinticinco años y llevo escritos tantos diarios como Virginia Woolf en veintiséis. No sabía qué más hacer para no morirme del asco y llovía, así que me cobijé entre las estanterías.

Desde que empecé a trabajar, he procurado no hacerme ningún corte en los brazos porque no sabría cómo explicarlo. En otras partes del cuerpo es más sencillo. Cada vez que veo una foto tuya me pongo a llorar de lo guapo que eres. Un día intenté robar un libro sobre el esperanto, pero sonó la alarma. Un día me dio por querer aprender esperanto.

También me escondía en el cuarto de baño para llorar o masturbarme. Leer me pone cachonda. La lectura erótica me pone enferma. La enfermedad es una mano que te coge y no te suelta o un agujero negro que te cubre de la vida.

No canto. No bailo. No salgo. No quiero esperar más tiempo para publicar mi novela. Ojalá supiera qué hice mal aquel día. Ojalá decirte que te quiero sirviera de algo.

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