No puedo parar de leer desde que empecé a
saltarme clases en la universidad para esconderme en la biblioteca.
Tengo veinticinco años y llevo escritos tantos diarios como Virginia
Woolf en veintiséis. No sabía qué más hacer para no morirme del asco y
llovía, así que me cobijé entre las estanterías.
Desde
que empecé a trabajar, he procurado no hacerme ningún corte en los
brazos porque no sabría cómo explicarlo. En otras partes del cuerpo es
más sencillo. Cada vez que veo una foto tuya me pongo a llorar de lo
guapo que eres. Un día intenté robar un libro sobre el esperanto, pero
sonó la alarma. Un día me dio por querer aprender esperanto.
También
me escondía en el cuarto de baño para llorar o masturbarme. Leer me
pone cachonda. La lectura erótica me pone enferma. La enfermedad es una
mano que te coge y no te suelta o un agujero negro que te cubre de la
vida.
No canto. No bailo.
No salgo. No quiero esperar más tiempo para publicar mi novela. Ojalá
supiera qué hice mal aquel día. Ojalá decirte que te quiero sirviera de
algo.
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