domingo, 22 de septiembre de 2019

8 de febrero de 1958, sábado


Me gustaría poder echar la vista atrás y observarme rompiendo mis ilusiones. Una a una. Despacio y firme. Como la que rompe todos los poemas viejos que le escribió cuando seguían juntos. Me gustaría observarme rompiendo todos los poemas viejos que le escribí cuando seguíamos juntos.

Me gustaría viajar atrás en el tiempo y decirme que no pasa nada, que el dolor será sólo momentáneo, que es necesario bajar de la nubes habitar la tierra dejar de soñar tan alto tan lejos tan complicado.

Mi cuerpo sigue diciendo NO.

Me gustaría mucho viajar a una época en la que responder mira, esta cicatriz con forma de adverbio negativo me la hice con una cuchilla de afeitar a la pregunta de qué hiciste anoche se considere algo normal. Me gustaría mucho viajar a una época en la que calificar de normal una cosa sea algo extraño. Pero creo que ese lugar no existe.

Me gustaría dejar clara una cosa. Nada de lo que escribo es un justificante del médico que le entregas a tu profesor para poder hacer el examen otro día. Si falto a clase es porque soy demasiado cobarde como para enfrentarme a un suspenso. Si falto a clase es porque soy demasiado valiente como para arriesgarme a otro más.

Como si la peste se hubiera enamorado de mi destino

escribió Alejandra un día en su diario.

Como si me encontrara entre dos provincias del sueño

escribió Sylvia ese mismo día en el suyo.

Como si el silencio tuviera miedo de romperse

escribí yo ayer en una hoja cualquiera.

Y luego la quemé.

Me gustaría hacer una purga con todas las palabras que se me han atragantado. Reunir todas las sílabas que no han logrado encontrar la salida de mi cuerpo y quemarlas vivas. Tal vez así se pronuncien, tal vez así les dé por gritar. No lo sé. Tal vez así decidan no ningunearme nunca más.

Y tal vez no.

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